periodismo loreto

Articulos escritos por el periodista Jaime Vásquez Valcárcel desde Iquitos, capital de la Amazonía peruana.

Monday, February 05, 2007

Alegría sin igual

No he visto juego más democrático que el carnaval. Será porque tengo una mirada autoritaria de lo que es jugar con pichohuayo, maicena, caballusa y violeta de genciana. Pero de un tiempo a esta parte entre enero y febrero me entrego a las leyes del Rey Momo como un verdadero guerrero. Contribuye a ello, sin duda, las pandilladas de Explosión y sus bailarinas que parecen llorar sipi sipi cada vez que David Núñez nos recuerda los temas de Malapata.

Sé de quienes detestan el juego y ante cualquier polvito en la cara se ponen energúmenos. Sé también de los que se hacen los difíciles para jugar pero que darían cualquier cosa por recibir aunque sea un polvito de manos masculinas o femeninas. También hay de aquellos que no salen de sus casas por estas fechas para evitar ser “ensuciados”. Y me río de los que se hacen los importantes y reciben como respuesta despreciativa “no gasto pólvora en gallinazos”.
Nadie se puede resistir ante una pandillada. Que es diferente a una pandilla. En estas fiestas se demuestra la alegría de nuestro pueblo. Y si uno acude a un centro de baile debe saber que en cualquier momento la maicena o el agua caerán en el cuerpo. Ahí no debe haber distinciones. El blanquito o el negrito, el gordito o el flaquito, el altito o el chatito. Todos, como dice la canción, debemos pandillar. No hay ninguna explicación para echarle maicena a Chocolatín –que por estos días anda con aires de empresario- y no hacerlo a Martín Mesía que por estos días ha descubierto las bondades nocturnas de la mejor discoteca de Iquitos. No hay justificación para echarle maicena al destacado abogado Francisco Dongo, a quien se le ve merodeando con sospechosa frecuencia por el Complejo del CNI, y no hacerlo con el robusto Gordo Robalino. Cómo echarle el polvito blanco al jaranero Erick Romero y no hacerlo con el regidor Pepe Tafur, quien contra todos los pronósticos desde que ha inaugurado cargo acude con mayor frecuencia a escuchar la música del orgullo amazónico.

Pero si carnaval es democrático se debe entender que tiene sus excepciones. Pues el otro día me sugirieron “hazle jugar a los chechenios”. Y ahí sí, como diría el gordo Cassareto: “un momentito, momentito”. Y aquí lo confieso. Podré echarle maicena a todos, menos a los chechenios. Con ellos no se juega. Si no me creen pregúntenle a Jorge Linares. Me gusta el carnaval y valoro mi vida.
Por eso sugiero a quienes no gustan de este juego a que se queden en sus casas. Aunque, claro, deploro que se tire globos con agua a vehículos en movimiento porque el impacto que esto produce es terrible. Y todo juego que pasa a ser agresión ya pierde su condición. Y, otra confesión, si yo pudiera jugar todos los días de febrero no dudaría en hacerlo porque creo que carnaval manda y nadie demanda.

Con el inicio del mes de febrero también comienza el mes de carnaval y todo se permite. Que el pichohuayo te roce la nariz y comprobar que quien le puso el nombre a ese huayo hizo una mala analogía. Que de una buena vez se comience una producción extraordinaria de almidón para reemplazar a la maicena. Que se haga sembríos de caballusa en la zona urbana para que todos los ciudadanos tengan, literalmente, al alcance de sus manos este material. Que las boticas regalen violeta de genciana por cada cinco soles de compra. Y que el rey Momo publique un decreto donde se conmine a todos a usar la ishanga como complemento del juego para que vean lo lindo que es jugar carnaval y sentir la comezón de esta planta y, mejor aún, la satisfacción que provoca rozar el cuerpo de una mujer con esta ishanga. Carnaval es alegría sin igual.

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